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Bibliotecas en las cárcel: reflexiones del conversatorio de Irene Vallejo en Bogotá

La autora invitada a la Feria Internacional del Libro estuvo con privados de la libertad.

Irene Vallejo en visita a la Cárcel Distrital

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El infinito en un Junco, de Irene Vallejo y el fuego de la Libertad, de Wolfram Eilenberger, encabezan la lista

Son las 9 a.m. y los invitados a la Cárcel Distrital de Bogotá esperan con ansias a Irene. Hay cincuenta personas, la mayoría vestidas con uniforme de color naranja y con la idea de que la autora del Infinito en el Junco pueda escuchar sus inquietudes e ideas sobre la literatura.

De pronto, el auditorio estalla en aplausos. Está entrando una mujer con un vestido largo, de estampado colorido y el cabello rojo. Es Irene.

Los músicos tocan melodías que remontan a una Colombia autóctona, de esa música que combina instrumentos de viento largos que recuerdan a las raíces indígenas del país, mezclado con el sonido de África del tambor y la guitarra que viene de España. Hacía poco afinaban sus instrumentos y, ahora, parece que les fluye como si lo hubiera hecho toda la vida.

Julio Alberto Vargas pasa al escenario en el que está Irene y dos privadas de libertad, quienes son las moderadoras del conversatorio. Todos lo miran.

“Todos los libros dejan constancia de lo que fuimos: de lo que nos dolió, traiciones, lo que hemos superado, de cenizas al viento; también, lo que nos hizo felices y mejores. Cada escritor tiene su propia carga motivacional para crear y escribir una novela...”, menciona Julio quien, de vez en cuando, saca sus ojos del papel que lee y mira a sus compañeros de celda y a la invitada.

¿Qué dijo la autora a los internos?

“Me levanto todos los días pensando que voy a jugar, inventar personajes, viajar sin moverme de la habitación y plasmar mis sueños”, cuenta Vallejo que desde su infancia se conectó con los relatos, ya que padeció acoso escolar y vio a la invención de historia como una forma de divertirse.

¿Te gusta escribir?, ¿qué sientes al leer?, fueron de las preguntas más frecuentes hechas por la autora cuando los asistentes se cuestionaban sobre la forma en la ella construyó su carrera.

La autora dejó en claro que se sentía como una “aprendiz”, ya que sentía que su concepción sobre las bibliotecas y el poder de los libros para sanar a las personas cambiaban con cada pregunta e historia de las personas que la escuchaban. Según ella, escribir es dibujar los pensamientos en el papel.

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¿Cómo es la Biblioteca de la Cárcel Distrital de Bogotá?

De derecha a izquierda, las paredes están reforzadas con libros de diferente grosor y tamaño. En el centro, hay una mesa larga donde los que habitan la cárcel se sientan a escribir, leer o discutir de los libros que comparten. Ahí se encuentran dos dibujos: un retrato de Irene Vallejo hecho en lápiz, un dibujo alusivo a las mariposas amarillas de Gabriel García Márquez.

Un recluso toma el paso hacia ella y le confiesa: “Desde que entré a la cárcel, fue que me gustó escribir, antes yo no leía ni nada. ¿Qué consejo me quieres dar para las personas que estamos empezando a escribir?”.

Y así fue como de uno a uno, se le acercaron a la escritora a mostrarles alguno de sus escritos, a recitarlos y una firma en sus cuadernos. La autora española insistió que toma tiempo encontrar tu propia voz para escribir y que la mejor forma para vencer este obstáculo es venciendo el miedo a la hoja en blanco.

Mientras tanto, mujeres escribían en libretas mensajes para sus enamorados en el pabellón masculino. Los únicos espacios que tenían para hablar eran en esos contados minutos que el conversatorio les daba. Esos momentos de libertad y en la que la espera no se sentía para los internos.

“Bueno, muchachos, es hora de irnos”, alza la voz la guardia y lentamente todos se mueven hacia sus celdas, con la idea de cuál será el siguiente escrito que harán.

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